13 de noviembre del año 354: Aurelio Agustín nace en Tagaste. Este pequeño pueblo está situado al Norte de África, que hoy se le conoce por Souk-Ahras. Patricio, su padre, desea que comience a estudiar cuanto antes. A su sufrida madre, Mónica, sin embargo, le interesa que conozca la fe cristiana.
Hasta los once años Agustín permanece en Tagaste y asiste a la escuela del pueblo. El escaso interés que demuestra por ir a la escuela y el temor al castigo se entrelazan con su forma de ser alegre. En estos años todos le consideran un niño revoltoso y travieso. Su padre emplea su dinero de pequeño propietario para que se traslade a Madaura, ciudad situada a unos 28 km. y complete allí sus estudios. En esta ciudad el estudio le resulta un poco más tolerable. Eso sí, aborrece el griego, pero lee a escritores latinos como Cicerón. Sus problemas comienzan a los 15 años.
Ha terminado la segunda etapa de estudios en Madaura y regresa a Tagaste. Patricio y Mónica desean que siga estudiando y con sus ahorros y la ayuda de un amigo rico del pueblo le envían a Cartago a terminar su preparación. Algo más alejado de sus padres –196 km.–. Agustín comienza a vivir y disfrutar. Sus preocupaciones son el teatro, los baños y el sexo. Al cumplir los 17 años ya comparte su vida con una chica de su edad. Fruto de esta relación será su hijo Adeodato. No obstante, él espera colocarse pronto como profesor para estabilizar esta relación. Pero este mismo año, 371, muere su padre. Ante este acontecimiento, el muchacho apasionado comienza a ser consciente del gran sacrificio que han realizado sus padres para que él se construya un futuro. Muchos empiezan a considerarle “un joven prodigio”. Lo cierto es que su manera de ser y sus lecturas le van configurando como una persona inteligente e inquieta. También entra a formar parte de una secta: los Maniqueos.
Agustín regresa a su pueblo como profesor de Gramática a los 19 años. Es un buen profesor y también un excelente Maniqueo. Tagaste le queda pequeño y, cuando muere un amigo suyo, se marcha de nuevo a Cartago a enseñar Retórica, ya que no puede soportar la pena de su ausencia. Le acompañan algunos de sus alumnos de Tagaste. En estos años sigue leyendo mucho. También escribe poesía y en varios certámenes consigue algunos premios. Aunque solo tiene 26 años, publica su primer libro. El año 383 Agustín decide ir a Roma. Busca alumnos más formales y también desea ganar más dinero. Pero, sobre todo, su aspiración es triunfar en la Capital del Imperio. Allí consigue abrir una escuela. Al año siguiente marcha a Milán, al ganar por oposición la cátedra de Retórica de esta ciudad. Mónica, su madre, va con él. Desea que su hijo se convierta al cristianismo.
En Milán el “profesor africano” comienza a visitar asiduamente la Catedral atraído por la fama del Obispo Ambrosio que es un gran orador. Pero las palabras de Ambrosio día tras día van resquebrajando su inquietud constante en busca de la verdad. Por éste y otros factores, se encuentra en esta disposición cuando se entrevista con Simpliciano, Ponticiano y otros cristianos que han dejado todo por seguir a Dios. Y será una meditación constante, la paz de un jardín y unas palabras de la Biblia (“No en comilonas ni en borracheras… sino revestíos de Nuestro Señor Jesucristo” Rom 13, 13) quienes le den otro empujón, y para convertirse en un hombre nuevo, convirtiéndose al cristianismo. “Brilló en mí como una luz de serenidad”, escribirá en sus Confesiones. Tiene 32 años. Su ideal va a ser a partir de ahora conocer a Dios para amarle. Continúa dando clases, pero ya ha decidido abandonar la enseñanza. Y así lo hará al finalizar el curso. Inmediatamente se retira con sus amigos a una finca que les han dejado en Casiciaco. Y en este lugar de descanso reflexiona, escribe y comparte con sus amigos la preparación para el bautismo. Todos conviven como si fueran una sola persona que está orientando sus pasos hacia Dios. Al llegar la Pascua de este mismo año, 387, Agustín recibe el bautismo de manos de Ambrosio.
Muy pronto Agustín siente deseos de volver a su patria. Embarca. Pero incluso la espera en el puerto de Ostia, cerca de Roma, se le hace insufrible. Además, su madre –la mujer que oró y lloró pidiendo a Dios su conversión– muere allí. Por fin llega a Tagaste. Lo primero que hace es repartir su herencia entre los necesitados y funda un monasterio donde va a convivir con los amigos que le han acompañado. Ahora su único plan de vida es la oración y la convivencia con los monjes. Sin embargo, pronto pasará a ser el consejero de todo el pueblo. Recibirá cartas de Italia, España, Africa… Todos desean recibir su consejo. Este mismo año, 388, sufre la muerte de su hijo que vivía con él.
Pasan tres años. Agustín realiza un viaje a Hipona con intención de visitar a un amigo y traerlo a su monasterio. Pero es él quien se queda allí ante la petición de Valerio –el obispo– y la gente del pueblo, haciéndole sacerdote. Desde este momento su actividad cambia. Comienza a predicar y administrar sacramentos. Incluso dedica un tiempo a la preparación y adaptación de sus conocimientos a estas nuevas tareas. Pero necesita monjes amigos junto a sí y decide fundar otro monasterio en un jardín que le deja el obispo. Valerio le consagra obispo auxiliar por temor a que se lo lleven a otro lugar y Agustín comienza a llamarse “de Hipona”. Un año después será obispo de la ciudad a los 42 años.
Ahora tiene que desempeñar todo tipo de trabajos: juez, limosnero, consejero… Pero su actividad como fundador de nuevas comunidades no decrece. Ve con alegría cómo a sus mejores monjes, Alipio, Evodio, Posidio y Bonifacio se llevan obispos a otras ciudades africanas. Viaja, lee, escribe. Hacia el año 398 aparecen “Las Confesiones”, dos años después comienza el “Tratado sobre la Trinidad”, en el 413 inicia la “Ciudad de Dios. Se enfrenta también en una polémica seria con Donato y los donatistas defendiendo que Cristo es el autor de los Sacramentos y no depende su eficacia de la santidad del sacerdote que los administra. Así ocupa 35 años de su vida.
A los 76 años, cuando Genserico cerca Hipona, Agustín deja sus libros y sus discusiones en favor de la fe para retirarse a la Paz de Dios. Es el 28 de agosto del año 430. Agustín, rodeado de amigos, entrega su vida a su mejor Amigo: Dios. La Iglesia lo reconoce como santo y uno de los cuatro Padres de la Iglesia en occidente. Su influencia a lo largo de los siglos ha sido fundamental en la doctrina cristiana.
Volver“Mi peso es mi amor; él me lleva doquiera soy llevado” (C 13,9,10)
“La raíz se halla profundamente afianzada en tierra; en donde está nuestra raíz, allí está nuestra vida, allí está nuestro amor” (CS 36,s.1 ,3).
“Si se enfría nuestro amor, se entumece nuestra acción” (CS 85,24).
“Oye, pues, de una vez un breve precepto: ama y haz lo que quieras; si callas, clamas, corges, perdonas; calla, dama, corrige, perdona movido por la caridad. Dentro está la raíz de la caridad; no puede brotar de ella mal alguno” (TCJ 7,8)
“El que se pasa al lado de Cristo, pasa del temor al amor y comienza a poder cumplir con el amor lo que con el temor no podía” (S 32,8).
“Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial…” (CD 14,28).
“No hay amistad verdadera sino entre aquellos a quienes Tu aglutinas entre si por medio de la caridad” (C 4,4,7).
“Bienaventurado el que te ama a ti, Señor; y al amigo en ti, y al enemigo por ti, porque sólo no podrá perder al amigo quien tiene a todos por amigos en aquel que no puede perderse” (C 4,9,14).
“Amas al amigo cuando odias lo que le daña” (S 49,5).
“No te hallarás sin la amistad de tu prójimo allí donde tendrás a Dios por amigo” (S 299D,6).
“La verdadera amistad no se mide por intereses temporales, sino que se bebe por amor gratuito” (Ca 155,1,1).
“Nada manifiesta mejor al amigo como llevar la carga del amigo” (OC 71,1).
“Donde hay benevolencia hay amistad” (SM 1,11,31).
VolverPara San Agustín, Jesucristo debe ser el centro de toda vida cristiana. En Él encontramos el sentido de la vida y a Él debemos estar siempre unidos. “La norma fundamental de la vida religiosa es el seguimiento a Cristo, que nos impulsa al amor según nuestra personal consagración.” (Const. 17)
San Agustín nos convoca para buscar a Dios en comunidad. No es una mera compañía en nuestra vida, ni una distribución de servicios y habilidades, sino una base sólida para guiarnos firmes hacia Dios. “La comunidad es el eje en torno al cual gira la vida religiosa agustiniana: comunidad de hermanos que viven unánimes en la casa, teniendo una sola alma y un solo corazón, buscando juntos a Dios y dispuestos a servir a la Iglesia.” (Const. 26)
La amistad es una forma de concreción del amor. Puede llegar a ser auténtico “amor de alma a alma”. De hecho, San Agustín concibe que se pueden fundir varias almas en una sola. Esto no significa unidad en los gustos, los sentimientos, los proyectos, las opiniones…, sino unidad en el ser. La buena amistad contribuye a la felicidad, es un don precioso de la vida. La amistad es uno de los aspectos fundamentales para aprender la gratuidad del amor y constituye un pilar básico del ser humano y su felicidad. “Aquí existen dos cosas necesarias: la salud y un buen amigo” (Sermón Dennis 16,1). “No hay amistad verdadera sino entre aquellos a quienes Tú aglutinas entre sí por medio de la caridad.” (Conf. 4,4,7). “El fin de la Orden consiste en que, unidos concordemente en fraternidad y amistad espiritual, busquemos y honremos a Dios, y trabajemos al servicio de su pueblo.” (Const. 13).
San Agustín pasa casi toda su vida en búsqueda de la verdad. Su inquietud no cesa hasta comprender que Dios es la Verdad que buscaba y, desde ese momento, consagra su vida a la contemplación y la vida en comunidad. Buscar la verdad juntos nos facilita el camino. “Si la verdad es el objeto de las aspiraciones de todos los hombres, no puede ser coto cerrado de ninguno de ellos. La verdad no es mía ni tuya para que pueda ser tuya y mía” (Com. a los Salmos 103,2,11). “Nuestra principal dedicación común es buscar a Dios sin límites, ya que sin límites debe ser amado.” (Const. 22)
La interioridad permite apreciar lo que nos rodea, aceptar las propias limitaciones, encontrarnos con los demás, superar las adversidades y buscar la verdad. Permite conocerse a sí mismo y conocer mejor a Dios, que reside en nosotros. “No te desparrames. Concéntrate en tu intimidad. La Verdad reside en el hombre interior.” (La verdadera religión 39,72). “A través del camino de la interioridad se adquiere el conocimiento y el amor de Dios y del Él nos hacemos partícipes. Es, por tanto, necesario que nos volvamos siempre a nosotros mismos y, entrando en nuestro interior, pongamos todo el esfuerzo en perfeccionar el corazón para que, orando con deseo ininterrumpido, lleguemos a Dios.” (Const. 23).
San Agustín vivió en su vida la experiencia de la “inquietud”, buscando incansablemente la Verdad-Dios, con un corazón insaciable e inquieto. El Papa Francisco propuso a los Agustinos mantener viva en nuestra vida tres inquietudes: la inquietud de la búsqueda espiritual, la inquietud del encuentro personal con Dios y la inquietud del amor al hermano concreto, que está junto a nosotros (Homilía al 184 Capítulo General OSA, 2013). “Consciente e inconscientemente, tendemos de modo continuo e insaciable a Dios para gozar del bien infinito con que se sacie nuestro deseo de felicidad, porque nos hizo para Él y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Él.” (Const. 22)
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